Dos o tres cosas sobre la lectura

(klunk)

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Se me ocurre que para saber cómo lee una persona, es decir, su comprensión real de un texto, sus énfasis, sus descuidos, nada mejor que escucharla leer en voz alta. Creo que la experiencia física de la lectura tiene mucho que ver con la forma de los pensamientos que se generan a raíz de ella. Si el lector avanza más lentamente sobre determinado pasaje, cuidando más el ritmo de las pausas, por ejemplo, tal vez allí se encuentren unos significados especiales para él, y esos significados toman cuerpo en paralelo mientras la lengua sigue yendo del paladar a los dientes y las cuerdas vocales vibran y vibran. Desconfío de la lectura demasiado veloz. Desconfío del método Ilven (y ahí se esfuma mi chance de conseguir a la Academia Ilven como auspiciante del blog, me esperar un futuro de miseria y hambre). La lectura de barrido puede ser suficiente para decodificar el texto, es decir, para traducir mentalmente los grafemas en fonemas, los fonemas en sintagmas y los sintagmas en conceptos básicos (hay textos que no necesitan nada más), pero para dar un paso más allá, para conseguir la apropiación del texto, la reconstrucción crítica del texto, hace falta una lectura más lenta. Tomarse uno su tiempo, digamos. Claro, la lentitud arde en la pira inquisitoria de nuestra era, la era del jet, la era del si llama ahora se lleva un pack extra enteramente gratis. Tampoco quiero decir que leer lento sea, de por sí, síntoma de gran poder reflexivo, bien puede tratarse de dislexia.

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Contradiciendo en parte el punto anterior, tengo que confesar que no me interesa nada escuchar leer a los escritores. La literatura no es un arte escénico, no tiene nada para ofrecer al público en esas condiciones. El escritor debería asumir que es como el director de teatro que va a todos los ensayos de su obra, pero no al estreno ni a ninguna de las representaciones. El lector tiene que estar a solas con el texto, bastante interferencias ya le pone el mundo por delante a un libro. Un ejemplo: Benedetti. No soy fanático de Benedetti, pero no me molesta su obra y he disfrutado, en distintas épocas, su poesía, sus cuentos y sus novelas, quizá por eso no termino de entender el odio revulsivo que algunos sienten hacia su obra (aunque quizá sea más bien hacia la fama de su obra -discutible como toda obra-, en cuyo caso se podría decir que es un odio especulador y mercantil, también, no sé, chiquitajes «del ambiente», supongo). El caso es que me parece que Benedetti es un mal lector de su propia poesía. (Se encienden las piras en plaza pública, linchamiento en marcha…). Tal vez estoy exagerando (el autor arruga presuroso) o busco allí algo que no tiene por qué haber, un histrionismo especial, pero no creo que sea eso. La declamación monocorde, el declive hacia el final de cada verso con algo de salmo bíblico, de solemne rezo cotidiano, como esa oración ante el plato de cada día, todo da la sensación de que alguien muy persuasivo convenció a Benedetti para que leyera delante de un micrófono y que, una vez allí, éste lee rutinariamente, deseando que se termine el poema que escribió hace tanto, para poder irse a hacer algo que de verdad le guste. A ver si puedo ser más claro: no creo que cuando Benedetti releía para sí mismo un poema en proceso, esa voz que nosotros escuchamos fuera la que sonase en su cabeza. En fin… parece que, igual que suele pasar con la comparación entre las películas y los libros que las inspiraron, la voz que suena en la cabeza del lector suele estar mucho más viva y ser más poderosa que cualquier representación externa.

3

Cuestiones laborales me han llevado a leer mucho, últimamente, pero no literatura, sino la prensa nacional (imaginen mi alborozo). Hay días en los que leo tres o cuatro periódicos, de cabo a rabo, y otros en los que leo diez o quince (sin incluimos en la cuenta suplementos, secciones especiales, separatas y abominaciones de semejante índole). Obviamente yo a eso que hago día a día no le llamaría «leer» en sentido estricto, se parece más a esto:

La lectura de inspección o prelectura es el arte de examinar superficialmente un texto de forma sistemática para saber de qué trata y hacerse una idea general del mismo por razones informativas y por si valiera la pena o fuera necesario en algún momento volver a él o leerlo detenidamente. En definitiva, se trata de extraer la máxima información sobre un texto determinado en un tiempo limitado.

Es un modo útil de leer: útil, esa es la palabra exacta. Cuando uno lee de este modo obtiene información muy concreta: datos, nombres, fechas y relaciones muy básicas entre no más de dos o tres hechos puntuales. Por eso para mí es una buena forma de leer la prensa (que, salvo excepciones, sólo apunta a decir «pasó esto, esto y esto, ahí tienen, así está el mundo, mismamente»), porque mi trabajo consiste en ver rápidamente de qué trata una nota, clasificarla y archivarla. En breve los japoneses desarrollarán un robot para esta tarea y yo tendré que buscarme otro laburo, pero por ahora vivo y lucho. Perdón por el lapsus. volvamos al tema. El problema se da cuando la lectura de inspección es el único modo de lectura al alcance de un lector determinado. Y es que alguien que sólo pueda leer de esa forma se va a quedar afuera de textos que exigen otras habilidades a sus lectores. Uno no puede leer Crimen y castigo del mismo modo que lee el manual de uso de un lavarropas, y al lector al que esto le parezca una obviedad quizá haya que recordarle que la preguna más frecuente de los alumnos de literatura de todos los liceos es: «¿para qué nos sirve esto?». Ah, sí: la utilidad. El profesor sale del atasco más o menos como puede. «Bueno, queridos alumnos, leer Crimen y castigo nos sirve para entender que no hay que matar a hachazos a las viejas usureras porque, de lo contrario, acabaremos en Siberia congelándonos el alma». Un alumno levanta la mano: «Diga, Fagúndez». Fagúndez se pone de pie. Es un chico demasiado solemne y sombrío para sus diecisiete años. «Bueno, profesor, yo creo que en realidad nos sirve para entender que el alma humana es una compleja maraña de ideas, sentimientos y oscuras pasiones muchas veces contradictorias y, en el caso de Raskolnikov, el dique de su intelectualidad cede ante la insoportable presión de la culpa». Silencio en el aula. «No sea rebuscado, Fagúndez, haga el favor. El libro del ruso este sirve para no terminar preso en Siberia. Es una fábula moral. Tiene un uno, Fagúndez, póngase las pilas para el parcial del martes». Pero bien, más allá del chiste, el gran tema es que la exposición a medios que obligan a realizar tipos de lectura superficiales parece generar lectores con habilidades limitadas, habilidades que rara vez pueden ir más allá de la inspección o la prelectura. Enfrentados a cualquier texto de cierta complejidad, esas habilidades reaccionan como reaccionaría un melón arrojado contra un muro.

    • LDL
    • 21 de septiembre de 2010

    Leo, totalmente de acuerdo con lo que decís. Y te diría que tu mensaje puede ir más lejos… Si interpretamos el proceso de lectura como una transacción emocional entre el sujeto -el lector- y el objeto -el libro-; te diría que el proceso que ejecuta el hombre cotidiano frente al mundo es bastante análogo. El hombre mira el mundo y para comprenderlo necesariamente debe establecer cierta ligazón entre sus componentes para descrifrar el mensaje. La vida moderna genera una suerte de suspensión del tiempo real que altera no sólo la velocidad a la que nos desplazamos de un lugar a otro, sino el modo en que absorbemos y «leemos» nuetras vivencias, motivando un proceso de lectura que, lejos de contemplar el todo, analiza las partes aisladas: como quien pretende armar un rompecabezas de diez mil piezas forzando cada cartoncito para que encaje en el otro, porque no hay tiempo para pensar ni serle fiel al ensablaje y al juego.
    Un rápido análisis de la conducta doméstica del hombre moderno revela claramente una lectura superficial de su entorno; lo que alienta el porcentaje de ilusos con empatía bajo cero.
    Diré, además, que la radicalidad de los individuos en un optimismo o pesimismo extremo son también señales del mismo proceso. Ambas miradas son una forma irreflexiva de ceguera, facilismos que conceden una verdad cómoda y veloz. Ideal.

  1. Sólo un par de apuntes: tengo en mi haber dos grabaciones que quisiera destacar: Casa tomada en la voz del propio Cortázar, excelente y realmente engancha; y El enemigo, en francés, por un actor, también notable. En esos casos son buenas interpretaciones que ayudan si vamos al caso, a motivar.
    ¿Para qué nos sirve esto, profe? Al principio mi respuesta era la clásica: para escribir mejor, las faltas, bla, bla… Ahora les digo que yo me hago la misma pregunta y creo que la respuesta es para nada. Así digo algo más o menos sincero y me evito otras interrogantes en la misma dirección.

  2. 1) De acuerdo, como no podía ser distinto. Y pensaba, además, en los que no son capaces de leer los diarios, de hacer la mera decodificación, y cuya comprensión -aun superficial- claudica frente al mínimo escollo, mayormente por una falta de interés del grado más absoluto. (Cuestiones laborales)
    2) ¿Para qué sirve leer? Para poder seguir estudiando. ¿Para qué sirve seguir estudiando? Para obtener un buen trabajo. ¿Para qué sirve obtener un buen trabajo? Para poder vivir (bien). ¿Qué es eso? Poder disfrutar del amor y las puestas de sol, igual que antes que se inventara la escritura.

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